

Conducir en temporada de lluvias exige más que técnica: exige carácter, criterio y control absoluto del camino. Cuando el cielo se abre y la vía se transforma, cada decisión al volante se vuelve determinante. El agua reduce la visibilidad, altera el frenado, esconde peligros. Por eso, en estos días grises, tu responsabilidad debe brillar más que nunca.
No basta con avanzar: hay que anticipar, adaptar y actuar. Reducir la velocidad no es una señal de debilidad, sino de inteligencia. Mantener distancia no es una sugerencia, es una barrera vital. Encender las luces, revisar los limpiabrisas, verificar el estado de las llantas… todo suma, todo importa. En la lluvia, cada detalle es un punto de control que evita una tragedia.
Conducir responsablemente significa entender que no viajas solo: compartes la vía con familias, motociclistas, ciclistas y peatones que también luchan contra la tormenta. Tu prudencia puede ser el escudo que ellos no tienen. Tu disciplina puede marcar la diferencia entre un susto y un desastre.
Cuando la lluvia caiga fuerte, no aceleres: conciencia. No arriesgues: piensa. No improvises: prepárate.


